Chapter 16: La primera nevada
Chapter 16: La primera nevada
La alarma suena constantemente hasta que estiro la mano y la apago. Sigo en cama, ayer me dormí
hasta tarde pensando en Isabel, la chica del sombrero rojo que excedió mis expectativas sobre cómo
era, cómo hablaba, cómo sonreía. Ese abrazo que me dio aún vive en mi piel y no puedo deshacerme
de es calorcito que ahora vive en mi pecho y en las palmas de mis manos.
Me levanto para comenzar a hacer ejercicio como todos los días, voy hacia el armario y escojo la ropa
de este día, un poco más abrigado porque hace bastante frío, me visto y cuando salgo de ahí veo que
mi móvil se alumbra con el nombre de "Isa". Lo tomo sin pensarlo dos veces y veo el mensaje
ISA
Además de filósofo y poeta ¿también eres meteorólogo?
QUENTIN
¿De qué hablas?
Contesto de inmediato y aprovecho para ponerme los zapatos de deporte.
ISA
¿Tienes ventanas en tu casa? Ve para afuera.
Voy hacia el switch de las cortinas, lo enciendo para que poco a poco se vayan separando. Me acerco
y veo frente a mí un pasaje blanco, toda la ciudad cubierta de nieve y ésta aún seguía cayendo poco a
poco rellenando los espacios que aún no tenían.
―Hoy está nevado hijos.― Digo al aire esperando que ellos me escuchen. Tomo el móvil y le marco a
Isabel que dos tonos después me contesta.
―Buenos días.― Me dice con su melodiosa voz.
―Buenos días. Te pido que no pronostiques para este día un terremoto o una caída de algún
meteorito porque hoy es mi cumpleaños y quiero saber que se siente tener treinta años. ― Y después
de decir esa frase se ríe.
―Es igual que tener veintinueve o cuarenta.― Respondo mientras sigo viendo el paisaje.
―No, no lo creo, ya viví treinta años en un mundo donde puedes morir saliendo de la regadera o
comiendo pollo... es un gran logro.― Expresa y de nuevo tiene razón. No sé si me lo dijo por lo de mi
accidente o porque en verdad piensa eso.
―Feliz cumpleaños Isabel.― Respondo.
―Gracias, nunca había nevado en mi cumpleaños hasta que te conocí.
Escucho como al fondo se sirve un líquido y supongo que es hora del café, así que yo salgo de mi
habitación para caminar hacia la cocina y prepararme un té. He olvidado que estoy vestido para hacer
ejercicio pero tengo más ganas de tomar algo caliente mientras ella lo hace.
―¿Y? ¿Qué harás hoy?
―Hmmmm... tengo una cena con unos amigos que seguro hablarán de otras cosas que no sean de mi
cumpleaños, y durante la mañana me dedicaré a ver películas y disfrutar, posiblemente alrededor de
las siete cancele mi asistencia a la cena y me quede en mi casa.― Y se ríe bajito.
―Si no quieres ir, no vayas.
―No lo haré... ― Responde y se queda en silencio.
Éste no es incómodo, no como los que teníamos antes, ahora yo lo llamo como silencio para
reacomodaron ideas y cuidar las palabras.
―¿Tú que harás? ― Pregunta de pronto.
―Bueno yo... iré a la oficina a ver unas cosas y tal vez regrese un poco temprano, ya sabes es
sábado.
―Sí, es sábado.― Repite y de nuevo el silencio regresa, éste si es incómodo, bastante porque ambos
estamos esperando al otro y se hace confuso.
Escucho su respiración al otro lado del teléfono y como toma poco a poco los sorbos de la bebida, me
viene a la mente esa imagen de ella quitándose la crema batida con la lengua y el olor a chocolate y
mantequilla pega fuerte en mi nariz, como si ella estuviera presente. Unas ganas de verla me vienen a
la mente, pero no sé como invitarla sin que ella vea que no soy tan directo.
―¿Te gustan las donas? ― Escucho.
―¿Donas? Sí claro.
―Hay una cafetería cerca del centro que hace las mejores donas de azúcar que puedas imaginar y...
―¿En una hora? ― Pongo el horario y ella se ríe.
―En un hora, te envío la dirección por mensaje.― Y termina la llamada.
Sin pensarlo mucho, dejo la taza de té sobre la barra y entro a la habitación para desnudarme y entrar
a la ducha, lo hago rápido, con mucho apuro, tomo el shampoo, el jabón, me enjabono y luego me
enjuago saliendo en un tiempo récord. Me envuelvo la toalla en la cintura, me veo en el espejo, arreglo
mi barba y mi cabello para luego salir de ahí.
Tomo unos pantalones gruesos contra el frío, unas botas negras que hace tiempo no me ponía, una
camisa de cuello alto, un suéter y el abrigo negro que tiene una capucha para protegerme del frío. Me
veo en el espejo, arreglo todo lo que siento que está fuera de lugar y cuando siento que estoy listo,
salgo para tomar el móvil y la cartera.
Camino hacia el elevador de mi piso y mientras bajo le envío un mensaje al chofer para que esté listo.
Llego al lobby y en seguida lo veo de pie al lado de la camioneta.
―Buenos días Carlo.― Le digo al chico que inmediatamente deja de leer el periódico y se pone de
pie.
―Buenos días Señor Valois.― Pronuncia, pero yo ya voy tan lejos que apenas le escucho.
Subo al auto y cuando el chofer se sube, arranca el auto de manera automática.― No, espera.― Le
pido y él frena de inmediato.― Hoy no iremos a la oficina.
―¿Disculpe Señor Valois?
―Iremos a esta dirección.― Le muestro el lugar.― Gracias.
Él me ve por le retrovisor como si yo hubiera enloquecido de la noche a la mañana, y puede que tenga
razón ya que después de cuatro años seguidos, casi cinco, con la misma rutina y de pronto salir de
ella es algo nada normal en mí. Aún así arranca de nuevo y sin decirme nada más me lleva a ese
lugar.
¿Ella llegará antes que yo? ¿estará ahí ya? Espera...
―¡Espera! ― Le digo al chofer y el se vuelve a frenar.
―¿Diga?
―No traigo un regalo... ― murmuro.
―¿Disculpe?
―¿Crees que podamos ir por un regalo? Es que hoy es cumpleaños de...― y mi chofer alza la ceja
esperando a que le diga el nombre, pero entre más lo pueda mantener para mi mejor.
―No creo que podamos comprarle un regalo, mejor cómpreselo luego, la nieve sigue cayendo y
puede que los caminos se cierren.
―Tienes razón... sigue, sigue.― Le ordeno y él vuelve a arrancar. Text content © NôvelDrama.Org.
Momentos después llegamos a esta pequeña cafetería en el centro de la ciudad, una que en mi vida
hubiera visitado y mi chofer lo sabe ya que al momento de estacionarme me ve extrañado.
―¿Llegamos señor? ― Me pregunta más que anunciarme.
Se baja y me abre la puerta para que pueda hacerlo yo, de pronto veo a Isabel saliendo de la parada
del metro e inmediatamente sonrío. Hoy viene vestida con un hermoso gorro negro de lana, unos
pantalones de mezclilla, una blusa de cuello alto y un abrigo bastante grueso.
―¿Señor? ¿Señor? ― Escucho que me dice y volteo a verlo.
―Dime.
―Le decía que si lo espero aquí o regreso.
―¡Ah! Sí, ve y refúgiate cerca, puedes ir a tomar un café o chocolate, lo que quieras.― Y sin perder el
tiempo saco mi cartera y le doy un billete.
―Gracias.― Contesta y se regresa al auto.
Ella se acerca a mí y ve como el chofer se va pero no me dice nada. Sus pupilas se cruzan con las
mías y siento ese calorcito en mi cuerpo.
―Feliz cumpleaños Isa.― Le murmuro.
―Gracias, Quentin ¿entramos? Muero de frío.
Ambos caminamos hacia la cafetería en silencio, entramos por la pequeña puerta de madera y una
señora nos recibe sonriente.
―En un momento los atiendo.― Nos dice y ambos caminamos hacia la mesa que está cerca del
calentador.
Unos minutos después nos traen este menú porque paquetes donde Isa pide el 2 y yo el uno y luego
esperamos.
―Perdón el cambio de planes.
―Esta bien, no iba a hacer mucho en la oficina.― Contesto honesto porque es verdad, los sábados
sólo iba por no quedarme en mi casa.
―Lástima, tu desayuno se lo comerá alguien más.― Me murmura y abro los ojos como platos porque
es cierto, el desayuno llegaría a la misma hora hoy.― No te dije que los fines de semana no.
―No, te dije que llenaras tu cuestionario, ahora unos deliciosos wafles con mantequilla te están
esperando en la oficina.
―Le pediré a Vivianne que los coma.
«Cierto, Vivianne, no le dije que se podía tomar el día». Tomo mi móvil y le envío un mensaje de
inmediato, espero que no se enoje ya que la hice salir de la cama con este frío.
Las donas llegan junto con las bebidas y después de agradecer Isa toma una y la come, todo el azúcar
se queda en sus labios y con ansias estoy esperando que llegue ese movimiento que debo admitir no
sale de mi mente desde ayer. Su lengua roza los labios y luego se muerde el labio inferior. La miro
fijamente sin parpadear y ella se sonroja.
―¿Qué pasa? ¿Aún tengo azúcar en mis labios?
―Un poco, en tu mejilla... ¿puedo? ― Le pregunto y ella siente.
Se acerca a mí y con mi dedo quito un poco del azúcar. ― Gracias, el azúcar es un poco escurridiza.
― Ya vi.― Murmuro y luego después de ese momento tierno, comienzo a comer junto con ella.
Las donas son deliciosas, de nuevo la explosión de sabores se enciende en mi boca y vuelvo a
sentirme vivo, el calor corre por mi cuerpo y todo, absolutamente todo está bien.
―¿Te gusta? ― Me pregunta.
―Me encanta.
―Tal vez no sea como otras cosas que haz probado, pero es sencillo y es rico y bastante abrigado
para estos días.
―Créeme no es como lo que he probado.
―¿En tu mundo no hay donas? ― Pregunta bromeando y con ese comentario mi cuerpo se pone
alerta.
Bajo el chocolate que estoy tomando y la miro.―Tú sabes quien soy ¿Cierto? ― Le pregunto a Isa
mientras me sonríe.
―Sí, lo sé.
―¿Cuándo lo supiste?
―Cuando envíe tu primer desayuno a la empresa.― Contesta como si no tuviera importancia.― Tu
nombre no es muy común y cuando dijiste que tu correo era quentin "V" supe que eras tú, lo confirmé
de nuevo con lo del accidente de tu esposa e hijos. No fue algo tan secreto porque salió en todos los
periódicos.
―Y, si sabías que era yo ¿por qué no me dijiste?― Pregunto un poco preocupado.
―Porque esperaba que tú me lo dijeras . Si habías luchado tanto en mantenerlo en secreto es por
algo ¿Cierto? ― Y toma un sorbo de chocolate.― Además me gusta las personas se presenten por sí
solas.
―La gente suele saber quién soy y tratar de comprar mi favor.― Murmuro.
―Y ahora piensas que soy una interesada y te preguntas si en realidad me confundí de número o
alguien me lo dio para engancharte... ¿no es así? Sólo porque me atreví a preguntarte si en tu mundo
hay donas.
Me quedo en silencio porque sí, es verdad, ahora dudo de todo esto que me está pasando. Parece
que mi expresión me delata porque ella me ve a los ojos y sonríe.
―Déjame ponerte algo en claro Quentin, esta no es la historia del rico que tiene "algo" con la pobre,
no necesito que me salven, ni que me protejan, yo puedo hacerlo sola. Tengo mi vida, puede que no
sea tan elegante o tan millonaria como la tuya, pero es próspera y entretenida. Me valgo por mi misma
y me las veo sola desde hace años. Si estamos aquí es porque un cabrón me dio "su"número de
teléfono, y resultó ser el tuyo, no porque yo haya querido a propósito.
―Salí en la revista de los solteros más codiciados, de ahí pudiste haber tomado la idea.
―Sí claro, te escogería a ti por encima de Emiliano Sainz.― Bromea y luego toma el último sorbo de
chocolate.― Si no confías en mí, jamás podremos tener una relación de amistad entre los dos, porque
si no hay confianza, no hay nada.
―¿Cómo sé que no escondes algo?
―¿Cómo voy a esconder algo? Si cuando entras a google y pones mi nombre o el de mi empresa
salgo yo... ¿no me habías buscado? ― Pregunta como si fuera algo obvio.― Además de que dos
veces te he compartido mis gustos y hecho parte de mi mundo ¿cómo sé que no eres de esos ricos
que secuestran mujeres y las obligan a hacer cosas?
―Porque no soy así y tu me contactaste primero.
―Y tú insististe...―Ella se pone de pie y saca de su bolsa el monedero que vi ayer y pone dos billetes
sobre la mesa, luego se acomoda el gorro. ― Yo invito. Hasta luego Quentin― Dice firme.
Isa sale de la cafetería dejándome en medio de ella sin saber qué decir. Ella sabía quién era lo supo
desde hace días atrás pero no me dijo ¿por qué? ¡Lo hizo para ver que conseguía de mí! Me pongo de
pie y salgo detrás de ella, estoy enojado, furioso, resulto ser de nuevo otra de esas que me manda
cartas de amor con fotografías cada vez que me ven en las revistas. La tomo del brazo y ella voltea
asustada.
―¿Así te vas? Me invitas a comer dos veces y ¿te vas?
―¿Qué quieres que haga?
―Que me digas la verdad.
―¡Es la verdad Quentin! No hay más... debí haberme retirado cuando me decías tus frases como "ya
no hablemos más" ― E imita mi voz.― Pensé que tratándote normal todo estaría bien, pero no, no
importa como te trate jamás confiarás en mi, sólo piensa, si hubiera sido una trepadora ¿te hubiera
contado lo de mi hermana?
―Tal vez lo inventaste para causar empatía con mi historia.― Expreso sin pensarlo y en eso siento
una bofetada tan fuerte que hace que ahora mi mejilla se enrojezca. Veo a Isa a los ojos y están llenos
de lágrimas.
―El dolor te hizo cruel.― Murmrura.―No vuelvas a llamarme Quentin... ― Se quita las lágrimas.―
Hasta luego.― E Isa se da la vuelta y comienza a caminar lejos de mí.
«Soy un idiota » Pienso mientras la veo partir.